Por RONNI KURTZ

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En todo nuestro pensamiento acerca de Dios, tenemos una elección. Podemos ser caracterizados por las «obras de la carne», de modo que la teología nos lleve a devorarnos mutuamente. O podemos insistir en que dirigir nuestra mirada intelectual hacia Dios estará marcado, en cambio, por el fruto del Espíritu y no nos llevará a devorarnos mutuamente, sino a llevar las cargas unos de otros. Este es el camino a seguir para la teología cristiana. Desde el más grande teólogo vocacional hasta el nuevo creyente que por primera vez está pensando en Dios y su mundo, que todos encontremos que la vida de nuestra mente nos lleva a la vida de nuestra alma.

 

Que nuestra teología conduzca al amor

Mientras fijamos nuestra mente en el Dios que no sólo tiene amor, sino que es amor, que nuestra contemplación de su gloria y gracia nos transforme en personas marcadas por el amor. Que nuestra vida se gaste en un amor triforme en el que amamos al Señor, amamos a nuestro prójimo y tenemos un sentido saludable de amarnos a nosotros mismos. En amor, que consideremos a los demás como más importantes que nosotros mismos y nos entreguemos por su bien.

Que la verdad teológica derrita nuestro duro corazón y, en las cenizas de la indiferencia, que surjan los brotes del afecto y la adoración. Que nuestra teología conduzca al amor.

 

Que nuestra teología conduzca al gozo

Que el producto de los mil engranajes de la verdad que giran en la teología cristiana sea la producción de un gozo inquebrantable en nuestra alma. Que nuestro gozo esté arraigado en algo más perdurable que nuestros sentimientos o preferencias pasajeros; por el contrario, insistamos en que nuestro gozo sea tan inmutable como nuestro Dios. Mientras el mundo se siente cada vez más enfermo y nuestra cultura continúa descomponiéndose alrededor de nosotros, que no nos atrapen las arenas movedizas, sino que permanezcamos firmes en la verdad acerca de Dios y todas las cosas en relación con Dios. Que nuestra teología conduzca al gozo.

 

Que nuestra teología conduzca a la paz

Mientras el mundo parece empeñado en morderse y devorarse mutuamente, que las verdades que nos han impactado gloriosamente hasta los huesos encuentren un mejor camino. Que la división y la discordia encuentren un enemigo en nuestras vidas. Que el espíritu de «nosotros contra ellos» de nuestra época sea arrancado de nuestros corazones y reemplazado por el reconocimiento de la imagen de Dios incluso en aquellos con los que discrepamos vehementemente. Que la paz de Dios gobierne nuestros corazones de tal manera que cada otra emoción fluctuante se someta al reinado de la profunda paz que sólo podría provenir de toda una vida contemplando la gloria de Dios. Que nuestra teología conduzca a la paz.

 

Que nuestra teología conduzca a la paciencia

En lugar de exigir que la vida se mueva a nuestra velocidad preferida, que desarrollemos la habilidad contracultural de permanecer tranquilos y ser pacientes. Que nuestra reflexión sobre las profundidades de Dios nos instruya en la serenidad y la dependencia en el Señor para que se revele a sí mismo. Que abandonemos la ilusión de que podemos controlar nuestro tiempo y, en cambio, nos regocijemos en el soberano reinado del Señor sobre cada minuto de nuestra existencia. Que recibamos cada segundo como gracia y resolvamos que la sensatez equilibrada será nuestro método de existencia. Mientras contemplamos a Dios y todas las cosas en relación con Dios, que salgamos del viaje de toda una vida con un creciente sentido del «deslumbramiento de Moisés y la cojera de Jacob». Que nuestra teología conduzca a la paciencia.

 

Que nuestra teología conduzca a la benignidad

En nuestro tiempo, la benignidad es escasa. El espíritu de la época es uno en el que aquellos que están en el lado opuesto del pasillo político o denominacional son despreciados y burlados. Los argumentos y la sutileza han cedido paso al sarcasmo y la burla. Que nuestra teología nos lleve a nadar contracorriente en una cultura empeñada en menospreciar. Por el contrario, que nuestro amor por la verdad de Dios coloree nuestras acciones, pensamientos y palabras con benignidad. Que seamos un pueblo conocido por extender la benignidad en un mundo en el que es difícil encontrarla. Que vivamos con convicciones resueltas que no tienen por qué tambalear ni siquiera ante los vientos más fuertes, pero que las sostengamos con benignidad atrayente. Que nuestra teología conduzca a la benignidad.

 

Que nuestra teología conduzca a la bondad

Que la inversión de nuestra vida de pensamiento en lo bueno, lo verdadero y lo hermoso se manifieste en nuestra vida cotidiana, demostrando lo bueno, lo verdadero y lo hermoso. Que nuestra teología de un Dios bueno y su buen mundo transforme nuestros corazones de tal manera que pongamos manos a la obra y construyamos lo que es bueno. Que nuestro esfuerzo por la bondad no se agote, y que seamos celosos por la bondad en nuestro día. Que nuestro amor y búsqueda de la bondad, tanto en el ámbito personal como en el social, permitan que la justicia se despliegue. Que nuestra teología conduzca a la bondad.

 

Que nuestra teología conduzca a la fidelidad.

En nuestras horas de contemplación y lectura, que encontremos razón tras razón para mantenernos firmes y fieles. Que tengamos en mente el largo plazo que implica la fidelidad cristiana y persigamos lo que perdurará: la gloria de Dios y su reino. Que nuestras excusas, atajos, pecados, dudas paralizantes e inconstancias encuentren una rápida muerte inducida por la fidelidad teológica. Que nuestra teología conduzca a algunos de nosotros a la fidelidad en el campo misionero, la fidelidad como madre, la fidelidad como padre, la fidelidad como empleado, la fidelidad en el liderazgo y la fidelidad en el seguimiento. Que nuestros corazones se ablanden y nuestras rodillas se fortalezcan al contemplar la grandeza y gracia de nuestro Dios. Que nuestra teología conduzca a la fidelidad.

 

Que nuestra teología conduzca a la mansedumbre

Mientras seguimos el patrón al revés de nuestro Rey y su reino, que nuestra teología nos permita ver que la verdadera fortaleza no se encuentra en la venganza ni en la búsqueda del propio interés, sino en la mansedumbre. Que la mansedumbre sazone tanto nuestra lengua como nuestro temperamento. En una cultura en la que las palabras se mezclan con cinismo, sarcasmo, enojo, contienda y autopromoción, que nuestra lengua sea conquistada por la mansedumbre, lo que lleva a un discurso sazonado con amor. Que nuestra teología desarrolle en nosotros un espíritu manso en el cual encontraremos propósito y poder reales. Que nuestra teología conduzca a la mansedumbre.

 

Que nuestra teología conduzca a la templanza

Que nuestra teología lleve al tipo de sabiduría que sabe que la vida y la muerte están en las manos de Dios, y no necesitamos preocuparnos de que nos falte algo bueno de su mano. Que el desafío que implica la obediencia nos lleve a una templanza que nos proteja y preserve contra el príncipe de las tinieblas y cualquier cosa que pueda apartarnos del camino de la obediencia. Que nuestra contemplación teológica descienda de lo abstracto de manera que nos lleve a la autoconciencia, y que todos estemos en sintonía con nuestros sentimientos, emociones, pasiones, tentaciones, afectos y similares, de modo que podamos vivir vidas controladas y estables. Que nuestra contemplación teológica nos ayude a convencernos de que una vida de rectitud autodisciplinada bajo el cuidado providencial de Dios vale más que mil vidas de autoindulgencia pecaminosa.

Que tengamos mentes fuertes y espíritus gentiles que busquen utilizar la teología cristiana para la gloria de Dios y el bien de los demás. Que la tarea de la teología cristiana nos dé, aunque sea, un pequeño sabor del cielo en la tierra, mientras nos unimos en esa alegría eterna de contemplar la gloria de nuestro Señor. Que nuestra teología sea la muerte de las obras de la carne y la manifestación del fruto del Espíritu en nuestras vidas. Que la vida de la mente conduzca a la vida del alma en todos nosotros mientras pasamos nuestros días contemplando a Dios y todas las cosas en relación con Dios.

 

Este artículo fue extraído del libro La teología fructífera

Autor: Ronni Kurtz

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