-ED & LISA YOUNG-
Tiempo aproximado de lectura: 7 minutos 31 segundos
«¿Cómo sabemos que podemos confiar en Dios para guiarnos cuando este permite que exista tanto dolor?»
La cuestión del dolor es quizás el tema más profundo que muchos de nosotros planteamos contra el cristianismo. ¿Cómo podría un Dios bueno y amoroso, permitir tanto dolor y sufrimiento en el mundo? Todo lo que Dios tendría que hacer es mover las placas geológicas unas pocas pulgadas y no tendríamos tsunamis o terremotos. Todo lo que tendría que hacer es erradicar las células que atacan nuestros cuerpos y causan cáncer y otras enfermedades horrendas. ¿Por qué Dios no hace esas cosas? ¿Por qué no interviene? ¿Cómo podemos confiar en Dios, considerando lo dolorosa que es la vida? ¿Cómo podría nuestro dolor tener algún significado? Estos son grandes interrogantes. Son preguntas que ambos le hemos hecho a Dios, y estoy seguro de que tú también lo has hecho.
¿No sería reconfortante poder anticipar el dolor y planificar cómo enfrentarlo? Imagínate poder decir: “En octubre, enfrentaré un momento difícil en mi vida. Estaré preparado con oración y habré estudiado el tema, me rodearé de personas que me alienten. Tal vez no sea un momento fácil, pero estaré listo y no será tan difícil”. Sin embargo, sabemos que el dolor no sigue nuestras expectativas. Es impredecible, caprichoso, toma el control. No discrimina; no puedes negociar, pagar o incluso orar para evitarlo. El dolor parece venir con una garantía de por vida, siendo el gran nivelador de la humanidad: todos lo hemos experimentado y continuaremos haciéndolo a lo largo de nuestra vida. Por mucho que queramos gritar «dolor, dolor, aléjate» debemos aceptar que esa petición es imposible. Y esto nos deja frente a una verdad eterna: mientras estemos vivos, experimentaremos diferentes niveles de dolor. Y la única forma de atravesarlo es, paradójicamente, transitar a través del propio dolor.
«Jesús, quien conoce bien este camino, se comprometió a ser tu ancla durante las tormentas de la vida.»
Es posible que no te des cuenta, pero tienes la opción de cómo manejar tu dolor. Tú, y solo tú, eliges el curso que tomarás a través de tu dolor. Una opción es quedarte herido. Puedes volverte un amargado. Puedes hundirte en la depresión. Puedes darle la espalda a Dios. Puedes culparte a ti mismo y a los demás. Puedes llorar hasta que te sientas entumecido, negándote a dar el primer paso. Muchas personas eligen quedarse heridas, y continuar atrapadas allí. Subsecuentemente, su dolor no tratado causa daño colateral a su familia y sus amigos. Esa es una parte desgarradora del ciclo del dolor: el dolor perpetuando más dolor, porque las personas heridas hieren a otras personas.
«Debemos enfrentar nuestro dolor y manejarlo a la manera de Dios.»
Elegir quedarse herido no nos afecta solo a nosotros, sino también a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestra comunidad e incluso al mundo. Hay mucho en juego para aquellos que toman esa decisión. La mejor opción es seguir el camino a través del dolor que nos lleva al trono de Dios. No es un camino sin dolor. Y a corto plazo, al menos, puede ser más doloroso que elegir permanecer paralizado. Pero mientras transitamos este camino a través del dolor, nos volvemos más fuertes, más sabios y en general más saludables. Sobre todo, vemos a Dios con más claridad.
A medida que hemos recorrido nuestro propio camino a través del dolor, hemos descubierto que Dios es digno de confianza, y creemos que tú también lo descubrirás. Él no nos abandona en nuestro dolor. Está con nosotros, nos sostiene y nos consuela en Él. Dios nos muestra cómo procesar nuestro dolor y nos ayuda a descubrir la importancia que este dolor puede tener en nuestra vida a medida que nos acercamos más a Él y dependemos más de Él. Hemos aprendido que Dios es más grande que todas nuestras preguntas. Dios es más grande que nuestro dolor. Dios es Dios. Dios es soberano. Y Dios no desperdicia nada.
«Hay un propósito en nuestro dolor.»
Permítenos decirlo de nuevo: Hay un propósito en nuestro dolor. Considera esta declaración del apóstol Pablo: “Nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y no solo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia” (Romanos 5:2–3 NVI, énfasis añadido).
La clave de la perseverancia es saber cómo responder a la presión. La presión puede causar daño, como cuando se acumula en la tubería y la hace reventar. Pero la presión también puede convertir el carbón en diamantes. Entonces, cuando se trata de lidiar con el dolor, las elecciones que hacemos acerca de cómo procesarlo determinarán si estamos en el camino para convertirnos en un diamante o en una tubería a punto de reventar. La perseverancia es la fuerza y el compromiso para seguir adelante. Pero a menudo nos rendimos antes de alcanzar el éxito. Nos cansamos, nos aburrimos, nos frustramos. Así que renunciamos porque la presión es demasiada.
Pero Pablo tiene algo más que decir al respecto: “…sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, carácter; y el carácter, esperanza. Y la esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón mediante el Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5:35, NVI).
Pablo deja claro que nuestro dolor no tiene que ser sin sentido; puede ser fructífero, desarrollando en nosotros perseverancia, carácter y esperanza.
«La fuente de nuestro dolor es nuestra naturaleza caída. El curso de nuestro dolor puede amargarnos o mejorarnos».
Y ahora, podríamos decir que la fuerza de nuestro dolor es intencional y productiva. Es poderoso, ¿verdad? No disfrutamos de nuestro dolor. No esperamos el dolor con ansias. Pero podemos cambiar nuestra perspectiva sobre el dolor, porque el dolor no es agonía por el simple hecho de serlo. Hay significado en nuestro sufrimiento: Dios quiere ayudarnos a tener una perspectiva adecuada de nuestro dolor para que este dolor pueda ser intencional y fructífero.
Entonces, tu dolor puede tener un propósito, produciendo algo bueno en ti, si estás dispuesto. Por mucho que queramos decir: “Dolor, dolor, vete lejos, y no regreses más”, no podemos. Intentar escapar del dolor es como jugar a la «pelota envenenada» con un jugador profesional de futbol americano, quien te va a golpear cada vez que te tire con la pelota. Pero no tenemos que vivir con miedo o bajo el peso del dolor. No tenemos que herir a las personas, dejando que nuestro dolor provoque más dolor. No tenemos que vivir vidas limitadas por andar con nuestro corazón herido. En cambio, podemos permitir que el dolor cumpla su propósito en nosotros. Podemos mejorar, no amargarnos. Podemos permitir que la presión produzca diamantes de perseverancia, carácter y esperanza en nuestra vida. Podemos. La elección es solo nuestra, pero no tenemos que enfrentarla solos. El amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón, y Él está con nosotros en cada paso que damos.
“Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33 NVI)
Si nos permitimos sentir nuestro dolor y enfrentarlo, Dios puede sanarlo. Pero debemos hacer nuestra parte. El plan funciona si trabajamos con Jesús como nuestro guía. Solo Él puede ayudarnos a atravesar nuestro dolor.
Este artículo fue extraído del libro Un camino a través del dolor.
Autores: Ed y Lisa Young