Por: CHARLES R. SWINDOLL.
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Hace muchos años, aprendí que es mejor hacer las preguntas adecuadas que actuar como si supiera todas las respuestas apropiadas. Las preguntas nos hacen buscar más, pensar más y profundizar más. Nos acompañan a través de puertas mentales que han estado cerradas durante demasiado tiempo, instándonos a afrontar cuestiones de la vida que a menudo nos resultan problemáticas, pero que rara vez se abordan.
«¿Qué pasaría sí… Dios te eligiera para hacer algo grande?»
En algún momento, quizás te has convencido sistemáticamente de que Dios no desea hacer nada grande a través de ti. Tal vez es porque te sientes terriblemente inadecuado o careces de capacitación. Quizá eres tímido y albergas pensamientos de ser completamente insignificante. Te miras en el espejo y preguntas: ¿Cómo podría Dios elegir a alguien como yo? Es decir, sería poco probable que Dios se fijara en mí, y mucho menos que me usara en gran manera. Simplemente no estoy calificado.
Sé honesto ahora... ¿te suena familiar? Cada vez que te miras al espejo, ¿te convences de que no puedes hacer algo grande que Dios quiere que hagas? Pero, ¿y si Dios tiene otros planes? ¿Y si quiere elegirte a ti para hacer algo grande? ¿Estás dispuesto? ¿Responderías con fe, o correrías en la otra dirección? Si crees que te acobardarías ante tal llamado, ¡entonces bienvenido al club! No estás solo.
Dios suele empezar con perdedores. Fracasados. Esos con vidas quebrantadas y espíritus abatidos. Hay ocasiones en las que permitimos que la intensidad de nuestra visión nos empuje de manera prematura hacia nuestra propia agenda. Cuando fracasamos, tendemos a replegarnos. Empezamos a lamernos las heridas. Sabemos que hemos hecho un desastre en nuestras vidas, por lo que nuestra inseguridad estalla en pleno auge. En nuestra inseguridad, comenzamos nuestro repliegue. En esos momentos es que empezamos a dudar de que Dios pueda volver a utilizarnos. Mejor dicho, nos convencemos de que no lo hará.
«Dios suele empezar con perdedores. Fracasados. Esos con vidas quebrantadas y espíritus abatidos».
Dios tiene una manera de intervenir y sorprendernos. En su gracia, Él elige usarnos incluso después que hemos fallado. Dios puede estar hablando a tu situación en un momento en el que te sientes poco preparado o totalmente inadecuado. Quizá te sientas así debido a tu edad: eres demasiado joven o demasiado mayor. O tal vez luches contra una discapacidad física, o luchas contra la depresión o tengas un período oscuro en tu pasado del que te avergüenzas. Harás todo lo que esté a tu alcance para evitar que todo eso salga a la luz. Sea cual sea la causa, esos sentimientos de inferioridad bloquean tu capacidad de escuchar la voz de Dios. Así que te resistes a causa de la inferioridad.
Pero, en un momento inesperado, Dios intervine. Así es como sucede. Dios no hace preanuncios. No nos grita desde algún pináculo divino. Utiliza los momentos de «un día» para decirnos: «¡Oye! ¿Está ahí? ¿Estas escuchando?».
Una vez que Dios capta nuestra atención, hay momentos en los que Él quiere estimular nuestra curiosidad, por eso nos saca de nuestra rutina. La rutina es un enemigo sutil. Caemos en una rutina mental, como si tropezáramos con una tumba abierta. Y en esa rutina que adormece la mente, nos perdemos el llamado de Dios. En esos momentos, a menudo Él nos saca de nuestra niebla mental y capta nuestra atención. Solo entonces despertamos y escuchamos. Cuando te sientes menos preparado completamente incapaz de manejarlo. Es entonces cuando Él llama tu nombre.
«Cuando te sientes menos preparado completamente incapaz de manejarlo. Es entonces cuando Él llama tu nombre».
Muy a menudo, cuando Dios nos elige para hacer algo grande, nuestra respuesta inicial es resistirnos. Oponernos a su plan. Dudar de nuestra preparación y calificación. La primera excusa común para resistirnos al llamado de Dios es que no tenemos todas las respuestas. La naturaleza humana trata de convencernos de que, a menos que tengamos todas las respuestas, no podemos creer en el plan de Dios para nosotros. El miedo hace que nos centremos en nosotros mismos en lugar de hacerlo en el Señor. Enfatiza nuestras insuficiencias y minimiza el poder de Dios.
Nos quedamos tan atrapados en nuestras excusas que nos perdemos todo el sentido del llamado de Dios. Él quiere lograr algo grande a través de nosotros haciendo algo grande en nosotros. A menudo, parte del propósito de Dios al elegirnos es hacer crecer nuestra fe y profundizar nuestra confianza en su poder. Cuando sabes con certeza que el Señor está hablando y no crees en su palabra, estás cruzando una línea. Eso no es humildad; eso es desobediencia. Es más, ¡está al borde del desafío! La única respuesta apropiada al llamado de Dios es la obediencia.
«La única respuesta apropiada al llamado de Dios es la obediencia».
No importa tu pasado ni las luchas de tu presente, Dios todavía puede elegirte para hacer algo grande. Él quiere demostrar su poder ilimitado a través de ti y traer gloria a su nombre en el proceso. Así que la próxima vez que te preguntes: «¿Qué pasaría si estoy acabado? ¿Qué pasaría si todos mis días de ministerio y de servicio a Dios quedaron atrás?», es hora de cambiar la pregunta y en su lugar considerar: «¿Qué pasaría si Dios me elige para hacer algo grande?».
Este artículo fue extraído del libro «¿Qué pasaría sí… Dios tiene otros planes?».
Autor: Charles R. Swindoll.