Cuando estaba en la universidad, me cortaba el cabello un inmigrante vietnamita llamado Vin. Me encantaba cómo me pelaba con el toque de un artista.

En una ocasión, charlábamos de nuestros planes para el verano, y Vin me comentó su deseo de ir a Vietnam ese verano. Sería su primera visita desde que había salido hacía veinticinco años.

«Hace tiempo de eso. ¿Cómo terminaste en Estados Unidos?», le pregunté. No estaba preparado para la respuesta. 

De joven, Vin huyó cuando la guerra escaló. Después de empacar lo que pudo en una bolsa pequeña, se unió a una dispar caravana de gente desesperada por escapar. Usando partes de sus casas y barriles de plástico azules para flotar, el grupo hizo una balsa rústica y se echaron al mar de la China Meridional. Había más pasajeros a bordo de los que un barco de tamaño similar podía soportar.

El mar los lanzaba por todas partes. Los vientos solo se detenían lo suficiente para que el sol aprovechara para quemar su determinación y aumentar su sed. Después de solo unos días, la balsa comenzó a desintegrarse en el océano. Las olas la destruían como si el mar supiera dónde estaban las costuras. Finalmente, se desbarató y se convirtió en una confederación de piezas semiflotantes. Con desesperación, Vin y algunos otros se aferraron a un pedazo de tubo de plástico mientras muchos otros sucumbían a la deshidratación, los tiburones y el calor.

Después de más o menos una semana, los sobrevivientes fueron vistos y rescatados por un barco de carga italiano. Menos de un tercio de la tripulación original sobrevivió. El barco llevó a Vin a Italia, donde le dieron asilo y después aprendió el oficio de barbero.

«Por medio de una serie de eventos milagrosos, Vin terminó casándose y emigrando a Estados Unidos».

Por medio de una serie de eventos milagrosos, Vin terminó casándose y emigrando a Estados Unidos. Con el paso de los años, Vin y su esposa tuvieron hijos, y él estableció una barbería exitosa. Esta es la historia arquetípica del sueño americano, una que puedo apreciar y con la que me puedo relacionar, con la excepción de la travesía en alta mar.

Era obvio que la bondad de Dios había dejado su huella en la vida de Vin. ¿Salvado de la guerra? ¿Rescatado en el mar? ¿Establecido en Italia y luego en un pequeño suburbio de Washington D. C.? Por favor. Esto no se puede inventar.

Comencé a hacerle preguntas. «¿Qué crees que significa todo esto? ¿Por qué te protegería Dios? ¿Qué otro propósito mayor crees que hay en todo esto?». 

«En realidad nunca he pensado mucho en eso», me dijo con indiferencia. 

Eso fue todo. Los dos sentimos el silencio incómodo. Yo estaba más sorprendido por su respuesta que por su historia. Parecía no sentir asombro por el hecho de que aquí estaba, a kilómetros y años de haberse visto a la deriva en el mar, en su propia barbería cortándome el pelo. 

Sé que es un hombre agradecido, pero su respuesta me decepcionó. 

«¿con cuánta frecuencia subestimo las expresiones de la bondad de Dios en mi propia historia?»

No obstante, su historia me hizo ver algo acerca de mi propio corazón. Si fuera a contarle mi historia a otra persona, ¿trataría algunas de las intervenciones milagrosas y maravillosas de Dios de la misma manera? Aunque no experimenté los extremos que él experimentó, ¿con cuánta frecuencia subestimo las expresiones de la bondad de Dios en mi propia historia? Si nos detenemos por un momento para considerarla, nuestra historia puede darnos incontables recuerdos de la bondad específica, personal y singular de Dios.

«…he aprendido que recordar es diferente a traer a la memoria».

Desde entonces, he aprendido que recordar es diferente a traer a la memoria. Poner los eventos en una línea de tiempo, hacer una lista de las personas y los lugares, y otros actos de contar una historia, esto es traer a la memoria. Recordar considera el significado de esos eventos, personas y lugares. Si traer a la memoria implica pensar en la buena comida que compartimos tú y yo, quizá publicando una historia en Instagram, recordar implica considerar el gozo de la conversación, la gratitud que sentimos por el trabajo que pusimos en la comida y cómo afianzó nuestra amistad.

«recordar nos lleva a vivir de manera diferente»

Yo puedo traer a la memoria los altibajos de mi vida. Pero necesito recordar cómo Dios estuvo conmigo durante la trayectoria. ¿Cómo saber cuándo hacemos una cosa o la otra, traer a la memoria o recordar? Como dijo Jesús acerca de otras acciones del corazón, lo reconocemos por el fruto (Mateo 7:20). Mientras que el fruto de traer a la memoria puede reconocer o verificar lo que pasó, recordar nos lleva a vivir de manera diferente. Provoca una respuesta.

En cierto sentido, el recuerdo y el asombro van juntos. Recordar (y no solo traer a la memoria) la bondad de Dios para con nosotros, nos provoca adorarle. También funciona al revés. Igual que recordar nos hace asombrarnos, el asombro nos hace recordar. Detente lo suficiente para admirar una puesta de sol u observar una lluvia continua que da vida, y espero que experimentes el asombro. 

Hoy toma un tiempo de tu día para recordar la bondad de Dios en tu vida y lo que ha hecho a tu favor. Al recordarlo piensa en cómo su intervención divina hizo posible lo imposible y como abrió el mar rojo de tu propia historia al igual que lo hizo con el pueblo de Israel en medio del desierto. Incluso, en aquellos momentos de angustia y de dolor tenemos mucho que contar en cómo él estuvo presente también allí.  

Nuestra gratitud a Dios y recordar que Él ha sido nuestro sustento y nuestro proveedor es la clave para tener vidas felices y tener contentamiento sea cual sea nuestra situación.

Tomado del libro “Aun si…” de Mitchel Lee.