Por: STEPHANIE CAMPOS.
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Existen momentos en nuestras vidas cuando sentimos una sequía emocional y espiritual, perdemos el sentido de la vida, nos sentimos agotados de manera física o mental, y hasta llegamos a sentir a Dios muy lejano, como si nos hubiera olvidado. Por otro lado, hay momentos donde la adversidad viene a nuestra vida y tenemos que pasar por situaciones desafiantes.
Los desiertos son lugares con temperaturas extremas, frías de noche y calientes de día. Estás rodeado de arena, por lo que cuesta caminar y ver; además, es un lugar seco. Si llevamos esto a nuestra vida, podríamos identificar que muchas veces pasamos por desiertos y, aunque no nos gusten, son necesarios para el crecimiento, formar carácter y, sobre todo, para tener una fe firme, la cual solo se desarrolla en los momentos desafiantes donde realmente la necesitamos.
«Muchas veces pasamos por desiertos y, aunque no nos gusten, son necesarios para el crecimiento, formar carácter y, sobre todo, para tener una fe firme»
Fueron muchas veces cuando tuve miedo, ansiedad, frustración y una tristeza realmente profunda. Fue tanto el dolor emocional que tuve, que sentí lo que es que el corazón duela de tristeza. Momento a momento veía cómo mi impotencia era tan grande, que solo Dios podía operar un milagro. Recuerdo que constantemente me decía esta frase: ¡Todo va a estar bien!
Esto calmaba un poco la ansiedad y temor que tenía, pero un día cuestioné por qué creer que todo estaría bien cuando delante de mis ojos la realidad era negativa, contraria y parecía no tener solución humana. ¿Cuál era la garantía? En ese momento medité y me dije: «Tengo dos escenarios frente a mí. En la parte realista y humana no hay garantía de que todo esté bien o mejore». Por lo que estaba pasando, era obvio que nada estaba bien y que quizá lejos de mejorar, empeoraría. El otro escenario tenía la misma realidad, pero con algo maravilloso que cambiaba todo el panorama: Dios tenía el control, y fue ahí donde confirmé que esa era la razón de por qué valía la pena creer que todo estaría bien. Quizá no iba a mejorar como yo quería, pero aun en medio del caos podía levantar mi vista y recordar quién estaba por encima de cualquier circunstancia.
A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida. Jamás duerme ni se adormece el que cuida de Israel. El Señor es quien te cuida; el Señor es tu sombra a tu mano derecha (Salmo 121:1-5).
La fe
En la Biblia constantemente encontramos versículos que nos hablan de la fe y de la importancia de creer, aun cuando no vemos nada. En medio de una sociedad que pide pruebas para creer algún hecho, acontecimiento o para formar teorías, esto parece ser contrario a la razón humana, y sí que lo es, pues la fe es confianza plena en Dios, aunque no veamos con claridad.
Sé que muchas personas dudan de Dios, de su existencia o de si la Biblia es realmente la Palabra de Dios, argumentando que la escribieron muchos autores en diferentes épocas. Sin embargo, es apasionante ver que nunca se contradice y es el único libro que cuando se lee, el espíritu recibe promesas que llenan de gozo y paz el corazón. Esto solo se puede comprender cuando se ha vivido.
«Fe es confianza plena en Dios, aunque no veamos con claridad».
La fe no tiene nada que ver con reglas, ni es algo que se asume como herencia; es decir, como mis papás creyeron y fueron a «X» iglesia, yo también voy. No es algo de costumbre o tradición, es revelación y una experiencia personal. Solo así se abren los ojos del entendimiento y podemos creer que hay algo más profundo despertando un hambre espiritual por conocer más a Dios a través de su Palabra, la oración y el congregarse en una iglesia. Es vital para el crecimiento espiritual.
Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre pueblo santo, y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales (Efesios 1:18-20).
En medio de las situaciones que viví, aprendí que, aunque tengamos fe, cuando el dolor o la enfermedad tocan a la puerta de nuestra vida o familia, seguimos siendo humanos y necesitamos apoyo para superar el dolor. Incluso experimenté que hay desiertos que nos tocará enfrentarlos solos, y eso es parte de un plan. Recordaba también que Dios estaba ahí y que mi ayuda vendría de Él.
«Aunque tengamos fe, cuando el dolor o la enfermedad tocan a la puerta de nuestra vida o familia, seguimos siendo humanos y necesitamos apoyo para superar el dolor».
Hoy miro para atrás, y aunque ha sido y sigue siendo un tiempo desafiante, ni un solo día Dios me dejó. Siempre tuvo detalles y enviaba ayuda de maneras sobrenaturales. Lo mismo te quiero recordar a ti. Quizá hoy lees estas líneas con lágrimas en tu rostro porque estás pasando una prueba fuerte. Haz una pausa, cierra los ojos, respira profundo y di en voz alta varias veces, hasta que lo creas: ¡Todo va a estar bien, Dios tiene el control y no estoy solo!
Este artículo fue extraído del libro «Todo va a estar bien».
Autor: Stephanie Campos